Imagen: pixgood.com
Érase una vez un rey apuesto y ejemplar en su comportamiento
que muchas cortesanas del lugar querían conquistar, pero él sólo las veía como
seres ambiciosos y frívolos.
Los salones de palacio empezaron a llenarse de ricos objetos
de oro y plata, enormes piedras preciosas engarzadas en joyas incomparables,
finas porcelanas jamás vistas...
Ninguno de esos presentes llamaron la atención del monarca,
pero, de pronto, llegó ante él una humilde muchacha con las manos vacías. “Mi
señor, no dispongo de riquezas, lo único que puedo ofreceros es mi tiempo.
Tiempo para amaros, para escucharos y respetaros. Tiempo para estar junto a vos
en los buenos momentos y en los malos”, dijo la joven.
Estas palabras conmovieron tanto al rey, que decidió casarse
con la muchacha. Y para anunciarlo, dijo: “Todas intentaron deslumbrarme
con bienes materiales que el dinero puede comprar. Pero sólo esta joven supo
ofrecerme el bien más simple y preciado: su propio tiempo”.
Por eso, no lo dudemos ni un instante y regalemos nuestro tiempo a quienes más queremos. Es uno de nuestros tesoros más preciado que hoy en día pocos saben dar.
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