viernes, 15 de agosto de 2014

El saludo de cada día


Un hombre que trabajaba en una planta empaquetadora de carne en Noruega entró, cumplido ya el horario de su jornada laboral, en una cámara frigorífica para acabar de inspeccionar una partida de vacuno que acababa de llegar. Cuando quiso salir, se dio cuenta de que la pesada puerta se había cerrado de imprevisto dejándole encerrado dentro.

Aunque gritó pidiendo auxilio para que alguien le viniese a ayudar, todos sus compañeros se habían ido ya a casa. Además, el grosor de la puerta era tal que, de haber alguien aún en la planta, no le habrían oído. 

Llevaba ya cinco horas atrapado y estaba a punto de congelarse cuando la puerta, milagrosamente, se abrió y el vigilante de seguridad de la fábrica entró para rescatarlo. 

Cuando le preguntaron al guarda cómo se le había ocurrido buscar allí si no era parte de su rutina, respondió: «Llevo 35 años trabajando en esta empresa. Cientos de trabajadores pasan ante mí cada día y él es el único que me saluda a la entrada y a la salida. Para el resto soy invisible. Hoy me dijo “¡hola!” a la entrada pero no le escuché decir el habitual “¡hasta mañana!” a la salida. De modo que pensé que debía de estar en algún lugar del edificio y, probablemente, con problemas».
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