Imagen: marcianosmx.com
Dos hombres enfermos de gravedad compartían el mismo cuarto
de un hospital. Uno de ellos tenía permitido sentarse durante una hora de la
tarde para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la
única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de
espaldas sin moverse.
Conversaban incesantemente, un día tras otro, de los temas
más variados y, sobretodo, de sus experiencias. Cada tarde, cuando el hombre
del lado de la ventana se sentaba, le describía a su compañero de cuarto todo
lo que veía en el exterior. Con el tiempo, el hombre acostado de espaldas, que
no podía asomarse por la ventana, esperaba ansioso que llegara esa hora durante
la cual disfrutaba con los relatos de su compañero.
La ventana daba a un gran parque con un lago hermoso. Los
patos y los cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban en la
orilla. Los enamorados se paseaban de la mano entre jardines con flores de
todos los colores y árboles majestuosos. Al fondo de este paisaje, en la
distancia, se distinguía recortada sobre el cielo una bella vista de la ciudad
con sus monumentos. Cuando el señor de la ventana describía todo esto con
detalle, su compañero cerraba los ojos y lo imaginaba con una gran sonrisa en
su boca. Una tarde, le describió un desfile que pasaba por la puerta del
hospital y, aunque no pudo escuchar la banda, era casi como si lo hubiera visto.
Otra tarde le retransmitió un partido que jugaban unos niños enfrente, con sus
goles y todo. En otra ocasión le contó con precisión cómo iba vestida la gente
y lo que hacían cuando pasaban por allí en su ir y venir. Prácticamente cada
vez le contaba una cosa distinta. Así se sucedían las tardes, los días y las
semanas.
Una mañana, la enfermera, al entrar en la habitación para el
aseo diario, se encontró con el cuerpo sin vida del señor de la ventana, que al
parecer había muerto tranquilamente durante el sueño. Al día siguiente, el otro
señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. La enfermera realizó el
cambio y después de asegurarse de que estaba cómodo, le dejó solo. El señor,
con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo
exterior por primera vez desde su llegada al hospital, ¡por fin podría verlo
todo por sí mismo!
Una vez que consiguió incorporarse, miró por la ventana y lo
único que vio fue la pared gris de un edificio. Confundido y triste a la vez,
llamó a la enfermera y le preguntó si sabía por qué su compañero muerto le
había engañado describiendo tantas cosas maravillosas y distintas de lo que se
veía por la ventana. La enfermera le respondió: "Tu compañero era ciego, ni
siquiera podía ver la pared de enfrente, él lo hacía para animarte".
El hombre, destrozado, entendió que muchas veces no nos damos cuenta de lo que se esfuerzan los demás por hacernos la vida más agradable.
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