Imagen: Facebook
El león estaba tranquilamente dormitando bajo uno de los
pocos árboles que quedaban en la sabana cuando un insolente mosquito interrumpió su siesta. El insecto quería retarle
a un enfrentamiento y el felino, cada vez más enfadado, aceptó para quitárselo
de encima cuanto antes.
El mosquito no le dejó ni reaccionar y empezó a picarle sin parar, ahora en la
cola, ahora en las orejas, ahora en el morro... Por su parte, el león sacaba
toda su fiereza en cada zarpazo intentando espantar al endiablado insecto, aplastarlo
contra el suelo o atraparlo, por fin, entre sus fauces.
Pero todos los esfuerzos del rey de la jungla fueron en vano, porque su cuerpo acabó hinchado como una bota por el veneno de las numerosas picaduras. Aturdido y avergonzado, aceptó su derrota mientras el voraz mosquito, henchido de orgullo y de sangre, haciendo alarde indisimulado de su victoria, se alejó del lugar bajo los efectos de la ceguera del triunfo.
Como estaba en una nube, el insecto se descuidó y, sin darse cuenta, cayó en una gran telaraña. La araña, al verlo, se relamió de placer con el festín que se iba a dar.
Y es que en la vida,
los grandes éxitos no deben hacernos perder de vista lo fácil que podemos
perderlo todo por un pequeño error.
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