Imagen: galeria.colorir.com
Un filósofo y su joven discípulo paseaban por los
alrededores de un pueblo, cuando divisaron una pequeña granja. Tras llamar a la
puerta para pedir un vaso de agua, les recibió un humilde matrimonio y sus tres
hijos, vestidos con pobres harapos. Al preguntarles de qué vivían, el granjero
les contó que una vaca les daba leche, con la que hacían mantequilla y queso
para su autoconsumo y venta.
Lejos ya del lugar, el filósofo le ordenó a su discípulo: “Regresa a la granja, coge la vaca y tírala por un precipicio”.
“Pero si es el único sustento de la familia”, respondió
el joven intentando, sin éxito, salvar al animal.
Años más tarde, el muchacho, convertido en un rico
empresario, volvió al mismo lugar y quedó sorprendido al ver que la granja
ahora era una lujosa mansión.
Aquello le provocó una enorme tristeza, pero pronto
descubrió que sus propietarios eran los mismos granjeros que, empujados por la
necesidad, habían empezado a cultivar algodón. Y lo que comenzó como una forma
de escapar de la miseria, con el tiempo se convirtió en un próspero negocio.
A menudo, en la vida nos acomodamos a lo que nos da nuestra “vaca”, pero no dudemos en tirarla por el precipicio y pasemos a la acción. Que nada nos frene para mejorar.
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