jueves, 2 de abril de 2015

Mejora tus relaciones cultivando la humildad

Sólo quien es capaz de reconocer sus limitaciones puede superarlas

La humildad nació para ser el antídoto de la mayor falta humana: la soberbia

“La humildad nació para ser el antídoto de la mayor falta humana: la soberbia” (José Antonio Madina)


La terquedad, la altivez o el orgullo no hacen más que apartarnos del camino de la felicidad. ¿Te gustaría retomarlo?

En otras culturas, la modestia es una virtud muy valorada. “Las estacas que sobresalen pueden ser amartilladas” o “las águilas con talento esconden sus uñas” son dos proverbios japoneses que recogen esa idea. En nuestra sociedad, se valora tanto el triunfo y la seguridad en uno mismo que resulta de lo más tentador alardear de nuestros éxitos, ocultar nuestras dudas e inseguridades bajo la máscara de la arrogancia o iniciar una huida hacia delante cuando lo valiente sería asumir el error. En este contexto, reconocer un defecto o conceder a alguien el beneficio de la duda se interpreta como una debilidad, más que como una muestra de honestidad o de consideración.

Una larga lista de beneficios

La humildad es una cualidad que nos permite enmendar nuestras equivocaciones, así como reconocer nuestras limitaciones y puntos débiles. Etimológicamente, esta palabra proviene de “humus”, que significa “tierra fértil”. Y es que no hay mejor trampolín hacia el progreso personal que asumir nuestras carencias, la única forma de trabajarlas y superarlas. “La humildad es la antecámara de todas las perfecciones”, afirmaba Marcel Aymé, dramaturgo francés. Descubre sus ventajas.

Te conecta con los demás. “El orgullo divide a los hombres, la humildad los une” (Sócrates). Valora las aportaciones de los otros, intenta tener un discurso menos categórico y trata de ver lo que te acerca a las personas de tu entorno en lugar de buscar lo que te diferencia y te hace destacar sobre ellas. Siguiendo esos sencillos consejos, construirás puentes allá donde antes sólo había murallas.

Más flexible y tolerante. Cuando se asume que nuestro punto de vista y estilo de vida no es el único posible y, menos aún, el único válido; sentimos una gran paz interior. Y es que las personas que dejan de juzgar a los demás también dejan de estar supeditadas a las críticas y juicios ajenos.

Si trabajas en esa dirección, ya no tendrás la necesidad de defender a capa y espada tus posiciones, de imponer tu criterio o de buscar un ejército de seguidores que respalden tus ideas. “El orgullo nos ancla pues limita nuestra capacidad de ceder, rectificar, aprender y reconstruirnos” (Irene Arce, terapeuta). La humildad, en cambio, nos hace adoptar una actitud más abierta, flexible y tolerante.

Fuera amenazas. En realidad, el orgullo y la prepotencia son corazas que construimos para defender nuestro honor y, ya de paso, ocultar nuestras inseguridades o miedos; pero paradójicamente, cuanto más parece que nos protege esa armadura, más nos aísla del exterior. Buscar el respeto, el aprecio y la valoración desde la humildad da frutos más dulces y sabrosos. La prepotencia te hace fuerte un día, la humildad siempre.

Traga tu orgullo y elige ser feliz

El arte de negociar y ceder es una lección difícil, pero necesaria si se quiere trabajar a favor de nuestra felicidad y no en contra. “Si no moderas tu orgullo, éste se convertirá en tu mayor castigo”, advertía Dante. Antes de que vuelva a tirar por tierra tus intereses, entrometerse en tus planes o dejarte un regusto amargo en tu conciencia, plantéate estas cuestiones:

¿Qué quieres ser, parte de la solución o del problema? ¿Sumar esfuerzos o restar oportunidades? ¿Tener la razón o mantener la fiesta en paz?

¿Qué deseas, ganar una batalla o buscar un alto el fuego permanente que aporte beneficios a ambos lados?

¿Qué prefieres, pedir perdón (o perdonar) y poder así soltar lastre o mantener tu postura y seguir alimentando el resentimiento?

¿Cómo te gustaría ser descrito/a: como un estratega que acerca posiciones o como alguien inflexible que no da su brazo a torcer?

“Procura ser tan grande que todos quieran alcanzarte y tan humilde que todos quieran estar contigo” (Gandhi)

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